
Campamento gitano
Barradas, Rafael. ca. 1922
Más Informaciónsobre la obra
Inventario 7022
Obra Exhibida
"Museo secreto. De la reserva a la sala" - Pabellón de exposiciones temporarias
Esta pintura corresponde a la serie de paisajes que Barradas realiza en el entorno aldeano de Hospitalet y de Sants, entre 1926 y 1927. En marzo de 1926 se instala en las cercanías de Barcelona, en un pequeño apartamento de primer piso ubicado sobre la calle Porvenir en Hospitalet de Llobregat, después de haber recibido una importante distinción por sus escenografías en la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París (1925), y de haber roto definitivamente su largo vínculo laboral con el Teatro Eslava.
El avance de su enfermedad le lleva a adoptar una vida más sedentaria, en ese tranquilo poblado donde funda sus célebres tertulias intelectuales del “Ateneíllo”.
Paisaje de Hospitalet contiene un tratamiento pictórico característico de la obra de esa época, marcada por una fuerte estructura tonal con paleta baja, con predominio de un cromatismo apastelado no exento de contrastes. Ya durante su estadía en Luco de Jiloca, durante buena parte del año 1924, Barradas había comenzado sus estudios en torno a lo que él llamó “luz negra” –una verdadera obsesión en sus disquisiciones verbales sobre estos asuntos que reaparece en las cartas que envía en 1925 a Pilar, su mujer, desde las costas de Francia–, algo que implicaba esencialmente un alejamiento del paroxismo formal y colorístico que había caracterizado su obra hasta 1923, para volcarse hacia una pintura serenamente construida, con un deliberado recato cromático de paleta oscura, en la que privilegia la estructura tonal y ciertos efectos de luminosidad que parecen derivar de ella. En el caso de Paisaje de Hospitalet, las partes claras que iluminan la penumbra del entorno actúan como elementos reformuladores de la profundidad, creando zonas de acercamiento que quiebran el plano isotonal del fondo.
Hay otro aspecto en esta pintura que interesa destacar con relación a sus paisajes anteriores, y es la presencia de cierto estatismo en la resolución formal de la escena, que remite al problema del estilo en Barradas. Si bien este pintor fue paisajista ya desde sus orígenes montevideanos y ese tema constituyó un verdadero laboratorio plástico en toda su trayectoria, el gran cambio que se produce entre el paisaje urbano madrileño (y antes aún, barcelonés) y el paisaje aldeano de los alrededores de la ciudad condal iniciado en 1926 radica en un cambio de paradigma estético que se expresa en términos estilísticos. En efecto, Paisaje de Hospitalet carece ya del formalismo maquinal de la modernidad que habitó los paisajes urbanos de Barradas desde 1913 hasta 1922, para constituirse en cambio en paisaje quieto, escenográfico. En estos paisajes de Hospitalet, Sants y Sitges (1926-28), lo que emerge es su larga experiencia personal como escenógrafo de teatro, una experiencia en el límite entre lo lúdico y lo dramático, signada ahora por el retorno de los fantasmas infantiles en medio de la melancolía de una vida consumida por la enfermedad.
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