
Arlequín
Pettoruti, Emilio. 1928
Más Informaciónsobre la obra
Obra Maestra
Inventario 9886
Obra No Exhibida
Con una trayectoria artística de siete décadas, André Kertész es conocido principalmente como integrante de una generación legendaria de fotógrafos (Henri Cartier-Bresson, Robert Capa, Werner Bischof, entre otros) que surgió a partir de los años 20. Además de desarrollar el fotorreportaje moderno, se lo reconoce por sus innovaciones en la fotografía artística. “Hagamos lo que hagamos, Kertész lo hizo primero”, lo elogió Cartier-Bresson.
Habiendo abandonado su oficio de contador en favor de la fotografía, Kertész emigró a París desde su Hungría natal en 1925. Viviendo de comisiones y trabajos temporarios, pronto empezó a exhibir y publicar sus imágenes que revelaban con inmediatez los encantos y misterios diurnos y nocturnos de la ciudad de la luz. Para mediados de los años 30, se había establecido como una estrella ascendente en el horizonte de la fotografía.
En 1937 llegó a Nueva York por invitación de la agencia Keystone. Sin embargo, su estadía en los Estados Unidos no resultó sin complicaciones. Su contrato con Keystone terminó prematuramente entre litigios legales. Sus contactos con editores de revistas y curadores fueron tensos e infructuosos. Consideradas demasiado líricas, sus fotografías fueron rechazadas por la flamante revista Life porque “hablaban demasiado”. Sus planes para regresar a Francia –donde lo esperaba la anhelada ciudadanía francesa– fueron frustrados por el creciente antisemitismo y los preparativos para la guerra en Europa. A pesar de sus preferencias, se vio obligado a establecerse en Nueva York –ciudad en la que residió el resto de su vida– donde sobreviviría gracias a contratos comerciales con revistas como House and Garden. El merecido aunque tardío reconocimiento artístico llegó de la mano del curador John Szarkowski quien se encargó de montarle una retrospectiva en el Museum of Modern Art de Nueva York en 1964. Fue solamente a partir de ese momento que Kertész consolidó una reputación internacional como uno de los fotógrafos más destacados del siglo XX.
Aunque siempre cultivó su imagen de aficionado empedernido, artista instintivo y autodidacta, el círculo intelectual parisino de Kertész –que integraba a pintores, escultores, músicos, escritores y fotógrafos– impactó profundamente sobre su estilo. Fotógrafo nato de las calles parisinas, fue probablemente bajo la influencia artística de los pintores Lajos Tihanyi y Piet Mondrian que en la década de 1920 dirigió su atención hacia ambientes interiores. Sus naturalezas muertas con objetos cotidianos, tales como tenedores o los anteojos y pipa de Mondrian, composiciones formalmente cada vez más escuetas y abstractas, son emblemáticas de esta etapa de búsqueda (1).
Paralelamente, Kertész experimentó con procesos técnicos novedosos que desafiaban el concepto de la fotografía como fiel reproducción de la realidad, y utilizó espejos especiales para distorsionar la imagen del cuerpo femenino desnudo. Lejos de una mera herramienta formal, la distorsión apuntó a subvertir la idea misma de la fotografía directa, hegemónica en la época. Esta innovación le mereció al artista ser considerado como el introductor del surrealismo en el arte fotográfico, galardón que defendería con fervor el resto de su vida.
En el Tulipán melancólico confluyen estas dos vertientes independientes del trabajo del artista: la naturaleza muerta y la distorsión óptica de la imagen. Los aspectos formales se fusionan en armonía al servicio de los objetivos expresivos del autor. Con sus escasos recursos: un tulipán prematuramente marchitado en un vaso en un espacio vacío, el autor convierte la imagen en una metáfora de una vida solitaria, interrumpida en su florecimiento, y de una existencia con un potencial despilfarrado. Mientras tanto, la distorsión óptica produce una sensación de desorientación, una pérdida de perspectiva.
Imagen emblemática producida en 1939, el Tulipán melancólico expresa con contundencia la sensación de aislamiento artístico y personal del fotógrafo en los Estados Unidos (2). Al mismo tiempo, es una muestra elocuente de la capacidad e inmenso poder del artista para trascender lo cotidiano, transmitir contenidos emotivos y hablar de la condición humana a través de los objetos más simples, directamente, sin artificios superfluos. Esto es lo que torna mágicas las imágenes de Kertész.
1— El género de la naturaleza muerta mantuvo una fuerte presencia en toda la carrera del artista, hasta sus últimas series fotográficas hechas con figurinas de vidrio in memoriam de su mujer.
2— Kertész mismo señalaba esta imagen como expresión de su estado melancólico en los EE.UU.
2005. GREENOUGH, Sara; Robert Gurbo y Sarah Kennel, André Kertész. Princeton, Princeton University Press, p. 155.
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